viernes, 27 de noviembre de 2009

Paisajes emocionales

Árboles, de la serie Paisajes Emocionales, 2008



Texto de Margarita Mejía

Cierto día, con el espíritu abierto, salí a caminar, al girar en una esquina me sorprendieron las sombras de unos árboles proyectadas en una enorme pared, moviéndose como presencias con la luz crepuscular. Algo en mí se detuvo, de repente quedé suspendida en un universo de luz y sombra, vivo, latiendo frente a mí; mis ojos contemplando las formas animadas y mi cuerpo uniéndose a ellas como en una danza silenciosa, quieta. Por los orificios de las ramas penetraban los rayos del sol anaranjado, mientras el viento las movía delicadamente y rebotaban como abriendo una tercera dimensión en aquel muro. Yo podía sentir con todo mi ser (mente, cuerpo, energía, alma), aquella visión; de la manera más respetuosa, casi con veneración, empecé a fotografiarla, inmersa como estaba, en aquel trance de perplejidad, de asombro. Más tarde escribí:


Viento y sombra

presencias que me hablan

en lo más hondo

Empecé a relacionar algunos de mis paisajes fotográficos con el haikú, por haber sido realizados con cierta disposición del corazón hacia las pequeñas cosas. El significado japonés de la palabra kokoro: corazón, no se reduce únicamente al sentimiento o a la emoción, se refiere a algo que está entre el pensamiento y la sensación, pero aún más allá. "La palabra Kokoro, es más, es el corazón y la mente, la sensación y el pensamiento y las mismas entrañas"[1]. Esta definición me acerca a la experiencia creativa, la posibilidad de ver y fotografiar, gracias a un estado despierto y receptivo de la mente para abrirse a la imagen que pueda llegar, algo similar al éxtasis, al sátori, un momento de elevación supremo, donde el sujeto se funde con el universo.

El haikú pertenece a esa clase de creaciones que se ofrecen, tanto a la contemplación, como al acto imaginativo del espectador. Es un objeto inacabado y por lo tanto imperfecto, pero es precisamente su imperfección la puerta de su vitalidad, pues quien lo recibe lo completa, o más bien lo continúa.

Octavio Paz logra definir este aspecto cuando sugiere: su verdadero nombre es conciencia de la fragilidad y precariedad de la existencia, conciencia de aquel que se sabe suspendido entre un abismo y otro. Expresar esta conciencia en una imagen es ya un desafío, que merece la pena ser asumido.


[1] Tablada José Juan, Hiroshigué, México, 1914, en Las Sendas de Oku, Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Pág., 10, Barcelona, 1970.